El Franquismo, como otros muchos gobiernos en la historia de España -los arriba citados o mismamente el actual gobierno socialista-, hizo de la educación el instrumento más eficaz para transmitir en la escuela su sistema propio de valores. Situación, a su vez, también altamente eficaz para erigirse paulatinamente en referencia de la moralidad de la sociedad. Extendido un nuevo sistema de valores, un gobierno justifica su legitimidad y como consecuencia de todo ello, exige moralmente su perpetuación. Esta situación, repetida en nuestros días por los primeros críticos políticos del Franquismo, confirma de nuevo que el afán de implantación de un sistema político en nada tiene que ver con la naturaleza de su ideología, sino con su voluntad de legitimación y perpetuación. A lo largo de todo e siglo pasado hemos visto repetirse esta situación, tan sólo salvada durante la llamada Transición española, momento en que todas las fuerzas políticas, generosamente, se implicaron en el objetivo común de volver a empezar. Este recuerdo apoya lo sugerido líneas atrás: que sólo la voluntad de conseguir el bien para todos, cualquiera que sea la ideología de que se parta, consigue que sea posible vivir con libertad y en pluralidad.
En la misma línea que los anteriores gobernantes, y de casi todos los que vinieron después, el Régimen franquista ejerció el control de la educación y de la cultura como uno de los instrumentos más eficaces. El Franquismo utilizó el aparato ideológico escolar para sustentar la legitimidad del nuevo régimen hasta 1959. A partir de esta fecha se insistirá en la legitimidad del Estado, pero con muchas concesiones, cuyos ejemplos veremos más adelante.
No está muy claro lo que algunas autoras han afirmado con alegre rotundidad: que la política del Franquismo respecto a las mujeres fue un ejemplo del proyecto social del fascismo porque en nada se diferenció de la política que desarrollaron los regímenes fascistas por excelencia, Francia e Italia. Esta valoración es muy poco fiable por su simplificación, ya que ignora toda la evolución política del Franquismo durante décadas, que lógicamente se correspondió con la evolución de las políticas educativas y de género de la Dictadura, que, si bien en la inmediata posguerra mantuvieron la línea ideológica inicial, a partir de los años cincuenta se vieron influenciadas por factores procedentes de distintos ámbitos. Todos los cambios puede rastrearse en el ordenamiento jurídico, que como sabemos siempre va por detrás de la vida, lo que significa que cuando se recogen en la legislación, dichos cambios llevan tiempo produciéndose. Y en España ya se movieron muchas leyes a partir de 1950, once años después del final de la Guerra Civil española, y cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Y es bueno situarse en el contexto europeo, porque, como adelantábamos en la presentación, Europa se recuperaba de su particular posguerra y de su fuerte crisis económica, y su situación no era precisamente un espejo donde los españoles pudieran mirarse.
Franco con algunos ministros de su primer gobierno
Lo que el Régimen franquista inicial sí intentó erradicar fueron los vestigios de emancipación femenina heredados de la República. Durante la primera década, encauzó su política de género a fomentar la imagen de la mujer en el hogar, como esposa, madre y educadora. Para ello trazó una política natalista, de promoción del hogar y de la maternidad, y promulgó leyes que limitaban la participación de mujeres en la producción, reduciéndola prácticamente a la economía doméstica. Esta política, semejante a la que ejercieron los regímenes totalitarios y los nada totalitarios tras la crisis de las democracias europeas tras la Primera Guerra Mundial, coincidentes en cierto modo con el caso español tras la Guerra Civil, generaba una adhesión voluntaria por gran parte de la población femenina, consciente de que había que sacar adelante el país después de tantos hombres muertos o en el exilio. Las mujeres españolas, como las europeas de las dos posguerras mundiales, entendieron perfectamente que esa era la misión encomendada políticamente a la mujer en esos momentos. Es más, la mujer al sentirse protagonista, respondió favorablemente en la reconstrucción de la sociedad a través de la natalidad y de su papel de cauce de reinserción en la sociedad de los que habían combatido o sufrido los efectos de la guerra. Esto explica el alto porcentaje de vinculación entre las mujeres y el Franquismo.
Apoyándose en esta labor de reconstrucción y fomentándola con un discurso biologista, según el cual existen diferencias congénitas específicas en los hombres y en las mujeres -en la mujer relacionadas con la sensibilidad y en el hombre con la razón-, el régimen promocionó su ideal de mujer, que pretendía implantar a través de la educación. Como, según estas consideraciones, las mujeres, tendrían como función física la maternidad y una psicología acorde, la educación, se dice que tuvo como objetivo reducirlas al espacio privado. Según estos postulados, quedaba eliminada su autonomía, su capacidad de decidir por sí mismas y su integración en el espacio público. Insistimos en la ausencia de estudios sobre la aceptación por parte de la mujer de su papel reproductivo de posguerra, por lo demás en sintonía total con las mujeres de los países europeos, supervivientes de las dos devastadoras guerras mundiales.
Para elaborar una educación acorde al papel que se esperaba de la mujer, se elaboró un curriculum con asignaturas específicas para niñas, tales como Hogar, que comenzaba en la enseñanza primaria y se mantenía a lo largo de todo el ciclo educativo, con el objetivo de completar su formación para ser una perfecta ama de casa. La elaboración de un diseño curricular diferenciado según el sexo, animaba a las mujeres a pensar en dedicarse al hogar, y a los varones a seguir estudiando, esto es lo que se decía. Este razonamiento no deja de ser absurdo, porque, por ejemplo, en algunos colegios de Pamplona a comienzos del este siglo XXI, cosen mujeres y varones y nadie piensa que la política educativa vigente los quiera dedicar a todos a cuidar de su hogar. Contar la historia con estos presupuestos es desestimar totalmente la libertad individual y uniformar la sociedad, algo que no sucedió. Para calibrar en su justa medida las afirmaciones sobre la educación que recibían las mujeres y su efecto restrictivo o no, merecería la pena hacer un poco de historia comparada, ya que en Inglaterra y Francia, por ejemplo, la educación era de tono similar y de contenido inferior.
Algunos historiadores mantienen que los roles de la sociedad patriarcal se reflejaron en la educación, o lo que es lo mismo, que se perpetuaron las diferentes misiones correspondientes a mujeres y varones en la sociedad. Que esta fuera la tendencia, en absoluto significa que condicionara la elección de las alumnas y los alumnos, especialmente de las primeras. Consideremos sin ir más lejos que la vicepresidenta del actual gobierno y alguna de las ministras asistieron a las clases de primaria en los últimos años 40s y en los primeros 50s, por citar ejemplos de resonancia pública, así como tantas mujeres de edad que han trabajado toda su vida, algunas por obligación. De hecho, mucho antes de la democracia las mujeres entraban en la universidad, lo que demuestra que la escuela no conducía necesariamente al hogar.